Federico Nogara
El importante movimiento cultural uruguayo de la primera mitad del siglo XX ha causado estupor y sorpresa en el mundo, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones del país, uno de los más pequeños de América Latina, y su escasa población (apenas llegó a superar los tres millones de habitantes). Una de las explicaciones de ese casi milagro podría estar en su historia contada por los historiadores revisionistas de los años sesenta, que encajaría perfectamente dentro de la obra de algún escritor del realismo mágico. Encontramos en ella enviados ingleses expertos en desestabilización, fuerzas extranjeras de diversos orígenes, una oligarquía reaccionaria, criollos ambiciosos, caudillos locales sin demasiados escrúpulos, religiosos retrógrados, los imperialismos, y por encima de todo un problema de identidad: ¿Es Uruguay un país inventado, es cierto lo del Estado tapón? ¿Artigas era en realidad uruguayo o se le endilgó la nacionalidad por intereses políticos? ¿Los uruguayos son latinoamericanos o europeos nacidos fuera del continente?
Texto de Héctor Rosales
Arena, polvo, ceniza. Al ritmo del tiempo, esos nombres describen la meta.
Quienes viven y trazan huellas, llegan antes a ella. (Las piedras tardan más).
En buena medida ese destino se ralentiza con la cultura. Algunas de sus señales quedan el la luz que da perfiles a una sociedad, sentido a su pasado y, en un presente difícil, senderos más visibles para atravesar la noche.
Un país joven, pequeño y recluido al sur de América Latina, con nombre heredado del río Uruguay, presenta uno de los porcentajes más altos del mundo en vocación literaria y artística. En la mayoría de los casos estas experiencias suceden bajo complejas circunstancias, asordinadas por un entorno indiferente, devoto de las referencias extranjeras.
Durante los últimos cincuenta o sesenta años, y en sus vertientes más profundas, la identidad uruguaya ha estado disgregándose por numerosos contravientos, derivando en un páramo donde sólo agitan (al son de la llanura del territorio) aquellas propuestas que quedarán allí, sin otro objetivo que entretenerse y pasar con ojos cerrados las hojas de los calendarios.
Pero a la orilla de ese cauce supuestamente inexorable surgieron voces dispuestas a otros enfoques, empezando por el conocimiento crítico del presente, explorándolo, definiéndolo, comunicando qué significa transcurrir dentro y fuera de Uruguay.
Voces o luces sin medios para construir sus soportes. Con un horizonte callado y oscuro delante y a la espalda. Aun así, con la misma arena del páramo se fue formando un faro que, a pesar de múltiples intermitencias, intenta determinar rumbos, cruzar días y fronteras, dialogar con las realidades de otros semejantes enfrentados a tanto planetario aturdimiento.
El halo que llega hasta estas páginas revela una sociedad quizá más cercana de lo que un lector foráneo podría esperar. Y deja nombres y textos para demorar la ceniza.
Héctor Rosales
Barcelona 14.3.2018
Los árboles sin bosque
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